El Abisinio - Rufin Jean-christophe (библиотека электронных книг .txt) 📗
– ?Que nos importa su nacimiento! -farfullo el consul.
El senor De Maillet estaba convencido de que solo un gentilhombre nacia en alguna parte, en un lugar que llevaba su nombre y donde la tierra y los hombres le pertenecian. Los otros nacian donde podian; lo de menos era el sitio, que solo tenia un mero valor anecdotico.
– ?Hay algo que explique por que ha deambulado tanto? -prosiguio-. Ese Poncet no sera un protestante como su socio…
– Al parecer las denuncias le han obligado a poner los pies en polvorosa. Ejerce la medicina y la farmacia sin diploma alguno. Pero en cuanto a su religion, estamos seguros de que es un catolico romano bautizado.
– Sin embargo, no le he visto nunca en la capilla.
Ese era el nombre que se daba a la minuscula iglesia lindante con el consulado, en la que los domingos se congregaban los feligreses de la colonia.
– Desgraciadamente, mas de una cuarta parte de los miembros de nuestra nacion hacen lo mismo.
– Lo se, y un dia u otro habra que poner orden en ese asunto.
– El cura afirma que lo vio alguna vez en horas en que no se celebraban oficios, al poco de llegar a la colonia, y que en una ocasion incluso llevo flores a la iglesia.
– ?Se ha confesado?
– Nunca.
El consul se encogio de hombros y miro por la portezuela con impaciencia.
El senor Mace empezo a hojear los papeles amarillentos que tenia sobre las rodillas mientras el aire tibio de la ciudad arabe, con su olor a guindillas secas y a cafe, se colaba por las ventanillas abiertas de la carroza. Habia tanta gente pululando en aquellas callejuelas estrechas que los viandantes practicamente tocaban el carruaje. Los ninos soltaban chirigotas en su lengua y salian disparados. Las mujeres, en cambio, siempre juntas y envueltas en ropas de algodon, lanzaban miradas indiscretas hacia el interior de la carroza.
– Pocas condenas -continuo el secretario-. Escandalo nocturno; el y su socio habian bebido para festejar no se que, y alguien les denuncio por duelo, aunque en realidad solo se batieron para divertirse. Poncet tiene buenas relaciones con los turcos, asiste al pacha, a varios beyes, al kayia de los azabs y al de los jenizaros, asi como a numerosos mercaderes…
Ese era precisamente el aspecto mas delicado del asunto a los ojos del consul. Los favores que las autoridades turcas dispensaban al boticario le daban a este una gran independencia. El consul sabia por experiencia que siempre era peligroso buscar las cosquillas a los hombres capaces de incitar el mal humor de los indigenas hasta el punto de provocar serios incidentes diplomaticos. Ese Poncet debia de saberlo muy bien, y temia que pudiera ser demasiado insolente.
– No puedo ser muy explicito en mis felicitaciones, a la vista de un expediente tan insustancial -dijo el consul con arrogancia, precisamente el, que manifestaba tan poco interes por los asuntos de su nacion.
Al termino de su periplo, el carruaje se detuvo ante la casa que el consul indico.
El rico mercader, que ademas era el propietario, salio a su encuentro con exclamaciones de sorpresa y alegria. No obstante, el diplomatico tuvo la descortesia de explicar a aquel patan que tambien el se alegraba mucho de verlo, pero que a decir verdad habia un asunto insignificante que atraia su curiosidad, y que le esperaba enfrente. Dicho esto, empujo al senor Mace y atraveso dignamente la calle.
La casa que compartian Poncet y el maestro Juremi era mucho menos distinguida que la que estaba enfrente. De hecho se trataba de una hilera de construcciones de un piso, adosadas unas a otras. La fachada que daba a la calle hubiera podido presentar un muro liso como la de delante, pero lo cierto es que quedaba oculta por un autentico entramado de madera. Aquellos andamiajes formaban una suerte de galerias con arcadas por donde se podia caminar a la sombra, y un balcon en la parte superior que hacia de parasol y conservaba frescas las habitaciones. La morada de los droguistas solo era un cubiculo mas de aqueledificio sin gracia, identico por fuera a sus vecinos. En medio de una gran promiscuidad y sin apenas higiene, el barrio alojaba a los desposeidos de la colonia: los recien llegados, los comerciantes fracasados, las viudas, asi como los hijos naturales mestizos que a veces el consul tenia la bondad de aceptar en la nacion.
La puerta de los droguistas estaba abierta. Para no ser vistos alli en la calle demasiado tiempo, los diplomaticos entraron sin esperar a nadie. El maestro Juremi acudio con premura y los condujo desde el estrecho vestibulo por donde habian entrado hasta una estancia amplia y sombria que ocupaba toda la planta baja de la casa. En aquel lugar reinaba un desorden tan indescriptible que el ojo humano tenia dificultad en captar todo aquello. A primera vista se distinguian los morteros de cobre que brillaban con reflejos dorados. Unos alambiques dispuestos sobre ascuas ardientes emanaban humaredas que intentaban elevarse inutilmente, reptando en linea horizontal por las paredes, debido a un lastre de sustancias misteriosas y demasiado pesadas que las impedian ascender. En un rincon, una sabana raida perfilaba las lineas de un jergon. Del techo bajo y ennegrecido por el hollin colgaban cestas de mimbre, cien o doscientas tal vez, todas ellas repletas de plantas secas, frutos arrugados y mendrugos de pan arrebatados a las ratas.
– Excelencia, es un gran honor recibirle en nuestro laboratorio -dijo el maestro Juremi, cuya alta silueta casi rozaba las vigas.
– ?Su socio esta aqui?
– Arriba.
En la penumbra se vislumbraba una luz procedente del piso superior, y por la abertura una escalera de molinero. El consul empezo a subir, seguido del senor Mace.
La estancia a la que ascendieron tenia tanta claridad como sombras la de abajo. Estaba iluminada por cuatro grandes ventanales que daban al balcon por un lado, y a una terraza por el otro. El techo habia sido retirado, si es que alguna vez habia existido, y se podia ver el esqueleto del tejado con su viga maestra, los cabrios y el fondo ligeramente grisaceo de las tejas arqueadas.
Todo el espacio estaba repleto de plantas. En unas espaciosas cubas de madera crecian autenticos arboles gracias a la luz y al calor humedo. Un euforbio gigante rozaba casi el remate del tejado; un bello ficus, arboles de tronco velloso y otros cubiertos de espinas entreveraban su ramaje. Las zonas que no estaban ocupadas por los especimenes mas grandes se hallaban invadidas por muchas plantas pequenas,de tal manera que el suelo quedaba practicamente tapizado de tiestos. Solo se podia pasar por unos senderos estrechos que daban acceso a la puerta de la terraza, a la del balcon de la fachada, a la mesa sobre la que se apilaban libros y a un armarito situado en el unico rincon en sombra. A una altura intermedia, decenas de plantas de todas clases, suculentas, umbeliferas, liquenes y orquideas, prosperaban apaciblemente colgadas de la pared en jardineras de cobre o estano, o bien suspendidas en el extremo de las cuerdas atadas a la viga maestra.
El consul y su secretario estaban desconcertados. En el inconcebible desbarajuste de aquel invernadero se oia aletear y piar algunos pajarillos. El maestro Juremi se habia quedado abajo, y los visitantes no podian distinguir ninguna otra criatura humana en aquel paraiso terrestre.
– Pasen, pasen, senores -dijo sin embargo una voz procedente de las alturas.
Los dos diplomaticos avanzaron a pasos cortos, haciendo chirriar los tablones de madera del suelo, muy humedo todavia a causa del agua del riego. A la altura de un hombre, hacia el fondo de la estancia, una hamaca vacia se balanceaba entre dos ganchos.
– Termino con este esqueje delicado y estoy con ustedes -dijo la voz-. Tomen asiento mientras tanto. Hay dos taburetes junto a la mesa.
El senor Mace, que tenia buena vista, le hizo una senal al consul para indicarle una escalera que estaba apoyada en el arbol mas alto. En los ultimos peldanos se veian dos piernas calzadas con botas de cuero flexible.
– ?Esta bien, esta bien! -dijo el consul con una voz fuerte que no dejaba adivinar facilmente su estado de humor-. ?Tomese su tiempo!
El consul hizo una senal al senor Mace. Luego sortearon los tiestos a grandes zancadas, se engancharon las medias con una planta espinosa e inoportuna, alcanzaron la mesa y por fin tomaron asiento, como se les habia pedido que hicieran.
– Estos esquejes solo se pueden injertar en una epoca muy determinada -volvio a decir la voz desde lo alto de la escalera-. Los hibridos son las plantas de mayor interes en nuestro trabajo. La planta salvaje solo es una materia prima. ?Ay, este alambre se me acaba de romper otra vez! Perdonenme.
– No se preocupe -dijo el senor Mace, que temia que al consul se le acabaran los recursos para disimular su irritacion.
– Como les iba diciendo, es una materia prima. Hay que cruzar las plantas, tomar una para que sirva de soporte a la otra. En resumidas cuentas, para nosotros, la naturaleza solo es el principio base. Tenemos los ingredientes, pero hay que explorar el mundo de las combinaciones.
En la mesa habia un monton de libros diversos que el consul hojeo con impaciencia: un tratado de botanica, las odas de Horacio y algunos en cuarto en lengua arabe.
Dos floretes pendian de una vigorosa rama, y en el suelo se amontonaban petos de cuero, caretas, guantes, todo el equipo necesario para la esgrima.
– Puede empezar a exponerme el asunto -prosiguio la voz-. Soy Jean-Baptiste Poncet y me parece que quiere decirme algo.
– Senor -dijo el consul, levantandose- el asunto del que tengo que hablarle es muy urgente, en efecto. En cualquier otra circunstancia, sepa que no me habria desplazado hasta aqui. Para ser sincero, me gustaria hablar cara a cara, aunque tal vez sea suficiente con que podamos oirnos.
– Realmente -dijo Jean-Baptiste con franqueza y en un tono afectuoso- le agradezco que me permita terminar esta tarea, pues de lo contrario el trabajo que me he tomado hasta ahora no serviria de nada…
– Senor Poncet -le interrumpio el consul, que seguia de pie y con la cabeza erguida hacia la techumbre-, ?es verdad que ejerce usted la medicina?
– ?Ah, Excelencia! Siempre pense que llegaria este momento. Asi que no vamos a fingir por mas tiempo. Figurese que incluso he lamentado no poder hablar antes con usted. Sepa que no resulta agradable tener que esconderse para ejercer un arte que en el fondo solo hace el bien. Pero sabia que era usted muy reacio. No obstante, ya que esta aqui, enseguida le ensenare algunos especimenes…