Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—?Deje de irse por la tangente, Ellizauer! —dijo Izya, con decision—. Todo esta absolutamente claro: tienen miedo de seguir adelante, sabotean moralmente la expedicion, han conseguido asustar a sus subordinados, y ahora vienen aqui a quejarse... Y, por cierto, ustedes ni siquiera tienen que caminar, todo el tiempo viajan en algun transporte.
«Asi, Izya, asi, amigo —penso Andrei, enternecido—. ?Destroza a esa carrona, destrozala! Ya debe de haberse cagado, ahora pedira permiso para ir al retrete...»
—Y, en general, no entiendo las razones de este panico —siguio diciendo Izya, de modo terminante—. ?La geologia no reafirma sus hipotesis? Pues a la mierda con la geologia, nos las arreglaremos sin ella. Y tambien sin la cosmografia. ?Acaso no entienden que nuestra tarea principal es la exploracion, la recopilacion de informacion? Yo declaro que la expedicion, al dia de hoy, ha hecho un gran trabajo, y aun puede hacer mucho mas. ?Que se ha roto un tractor? Nada terrible. Que lo arreglen, en dos dias o en diez, no se, dejemos aqui a los mas extenuados, a los enfermos, y sigamos adelante, poco a poco, en el segundo tractor. Si encontramos agua, nos detenemos y esperamos a los retrasados. Todo es muy sencillo, no hay nada de particular...
—Si, por supuesto, todo es muy sencillo, Katzman —dijo Quejada, bilioso—. ?Y no quema un disparo por la espalda? ?O en la frente? Esta demasiado inmerso en sus archivos, no percibe lo que ocurre en torno suyo... Los soldados no seguiran adelante. Eso lo se, los he oido ponerse de acuerdo.
De repente, Ellizauer se puso de pie detras de el, y mascullando unas excusas incomprensibles, se agarro el vientre y salio corriendo de la habitacion.
«Rata —penso Andrei con maligna alegria—. Cobarde canalla. Cagon.»
—De mis geologos, solo puedo confiar en una persona —prosiguio Quejada, haciendo como si no se diera cuenta—. No es posible confiar en los soldados ni en ninguno de los choferes. Por supuesto, ustedes pueden fusilar a uno o dos para dar una leccion, quiza eso ayude. No lo se. Lo dudo. Y no estoy seguro de que tengan el derecho moral para actuar de esa manera. No quieren seguir porque se sienten enganados. Porque no han sacado nada en claro de esa expedicion y ahora ya han perdido las esperanzas de recibir algo. Esa maravillosa leyenda, que con tanta imaginacion ha inventado el senor Katzman, la leyenda del Palacio de Cristal, ha perdido su efecto. Las que predominan son otras leyendas, sepalo usted, Katzman.
—?Que diablos dice? —salto Izya, tartamudeando de indignacion—. ?No he inventado nada!
—Esta bien, ahora eso no tiene la menor importancia. —Quejada se desentendio de el con un gesto que parecia hasta bondadoso—. Ahora ya queda claro que no habra ningun palacio, asi que no hay nada de que hablar... Ustedes saben muy bien, senores, que las tres cuartas partes de esos voluntarios vinieron a esta expedicion en busca de botin y solo por el botin. ?Que han conseguido en lugar de ese botin? Diarrea con sangre y una subnormal piojosa para divertirse por las noches. Pero el problema no es ni siquiera ese. No solo estan desilusionados, tambien estan asustados. Demosle las gracias al senor Katzman. Demosle las gracias al senor Pak, al que con tanta gentileza lo invitamos a nuestra mesa y le dimos un puesto en la expedicion. A los esfuerzos de estos senores debemos la mayor parte de nuestros conocimientos sobre lo que nos espera si seguimos adelante. La gente tiene miedo del decimotercer dia. La gente teme a los lobos parlantes. No teniamos suficiente con los lobos tiburones, ?ahora nos prometen lobos parlantes! La gente teme a los ferrocefalos... Combinado con todo lo que ya han visto, todos esos mudos con las lenguas cortadas, los campos de concentracion abandonados, los cretinos asilvestrados que rinden culto a los manantiales, y los cretinos armados hasta los dientes que disparan por cualquier motivo... Combinado con todo lo que han visto hoy, en estas colinas, esos huesos en las barricadas dentro de las casas... ?Es una combinacion encantadora, imponente! Y si hasta ayer los soldados temian al sargento Fogel por encima de todas las cosas, hoy Fogel les da lo mismo, tienen algo peor a lo que temer... —Quejada callo finalmente, tomo aliento y se seco el sudor que le cubria el rostro abotagado.
—Tengo la impresion —dijo el coronel, levantando una ceja con ironia—, de que usted mismo tiene bastante miedo, senor Quejada. ?Me equivoco?
—No se preocupe por mi, coronel —gruno Quejada, mirandolo de reojo—. Si algo temo es recibir una bala por la espalda. Sin comerlo ni beberlo. Que personas a las que, por cierto, entiendo perfectamente, me maten.
—?Es eso? —apunto el coronel—. Que se le va a hacer... No voy a emitir un juicio sobre la importancia de esta expedicion y tampoco voy a indicarle a la jefatura de la expedicion como debe actuar. Mi tarea consiste en cumplir las ordenes. Sin embargo, considero indispensable decir que todas esas consideraciones relativas a motines e insubordinaciones me parecen puras habladurias sin sentido. ?Dejeme ocuparme de mis soldados, senor Quejada! Si lo desea, ponga bajo mi mando a esos geologos en los que no confia. Me ocupare de ellos... Debo llamar su atencion, consejero —se volvio hacia Andrei y siguio hablando, con la misma cortesia letal—, que hoy aqui han hablado demasiado sobre los soldados precisamente aquellas personas que no tienen ningun vinculo oficial con ellos.
—Sobre los soldados han hablado personas —lo interrumpio Quejada—, que trabajan, comen y duermen todos los dias junto con ellos.
En el silencio que siguio se oyo un ligero chirrido proveniente del butacon de piel: el coronel se sento, muy derecho. Se mantuvo callado un rato. La puerta se abrio lentamente y Ellizauer regreso a su lugar con una expresion de confusion y culpa, haciendo una leve reverencia sobre la marcha.
«Sigue —penso Andrei, mirando fijamente al coronel—. ?Sigue dandole! ?Cortale los bigotes! ?Rompele la cara!»
—Debo tambien pedirle —prosiguio, finalmente, el coronel— que preste su atencion, consejero, al hecho de que en una parte de la plana mayor se ha detectado hoy una clara simpatia, y mas aun, complicidad, con estados de animo totalmente comprensibles y habituales, pero totalmente indeseables, de los niveles inferiores del ejercito. Como oficial superior, declaro lo siguiente: si la simpatia y la complicidad antes mencionadas adquieren algun tipo de manifestacion practica, actuare contra los complices y simpatizantes como esta estipulado en condiciones de campana. En lo restante, senor consejero, tengo el honor de asegurarle que el ejercito sigue dispuesto a cumplir todas sus ordenes.
Andrei suspiro muy quedamente y miro satisfecho a Quejada que, con una sonrisa torcida, encendia un cigarrillo con la colilla del anterior. Ellizauer ni se veia.
—?Y como se actua contra los complices y simpatizantes en condiciones de campana? —pregunto con enorme curiosidad Izya, que tambien se veia muy satisfecho.
—Se los lleva a la horca —fue la seca respuesta del coronel.
De nuevo se hizo el silencio.
«Asi son las cosas —penso Andrei—. Espero que todo le haya quedado claro, senor Quejada. ?O aun tendra alguna pregunta? No, claro que ya no tiene ninguna pregunta, que va. ?El ejercito! El ejercito lo decide todo, amiguitos. Pero, sea como sea, no entiendo nada. ?Por que esta tan seguro? ?No se tratara solo de una mascara, coronel? Yo tambien tengo aspecto de estar bastante seguro. En todo caso, ese debe ser mi aspecto. Obligatoriamente.»