Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—Eso no tiene importancia —dijo Andrei—. Dale un papel y el mismo lo escribira. Que cuente que habia en la carpeta.
—Esta claro —dijo Fritz y se volvio hacia Izya.
Este aun no se daba cuenta de nada. O no podia creerlo. Se frotaba las manos lentamente y sonreia, inseguro.
—Bueno, mi amigo judio, ?comenzamos? —dijo Fritz, carinoso. Su expresion siniestra y preocupada habia desaparecido—. ?Vamos, querido, muevete!
Izya seguia inmovil, y entonces Fritz lo agarro por el cuello de la camisa, lo hizo girar y lo empujo hacia la puerta. Izya perdio el equilibrio y se agarro del marco con el rostro muy palido. Habia comprendido.
—Muchachos —dijo, con voz ronca—, muchachos, aguardad...
—Si nos necesitas, estaremos en el sotano —ronroneo Fritz, dedicandole una sonrisa a Andrei, y saco a Izya al pasillo de un empujon.
Era todo, Andrei comenzo a dar paseitos por el cubiculo, sintiendo dentro de si una mezcla de frio y nauseas. Apago varias luces. Se sento tras la mesa y permanecio unos momentos alli con la cabeza entre las manos. Tenia la frente cubierta de sudor, como antes de un desmayo. Sentia un zumbido en los oidos, y a traves de aquel zumbido oia la voz ronca de Izya, inaudible y ensordecedora, angustiada, diciendo: «Muchachos, aguardad». Y oia tambien la musica estrepitosa, solemne, el ruido de pasos sobre el parque, un tintineo de platos y el sonido impreciso de gente bebiendo y masticando. Aparto las manos del rostro y miro el pene dibujado en el papel, sin entender. Despues, agarro la hoja y se dedico a rasgarla en tiras largas y estrechas que tiro despues a la papelera y volvio a esconder el rostro entre las manos. Era todo. Habia que esperar. Que armarse de paciencia y esperar. Entonces, todo se justificaria. Desapareceria el malestar y podria respirar aliviado.
—Si, Andrei, a veces hay que apelar incluso a eso —escucho una voz conocida y serena.
Desde el taburete donde hasta pocos minutos atras estuviera sentado Izya, con las piernas cruzadas y los finos dedos entrelazados sobre la rodilla lo miraba ahora el Preceptor, con una expresion de tristeza y cansancio. Asentia levemente con la cabeza y las comisuras de sus labios apuntaban hacia abajo, en gesto luctuoso.
—?En aras del Experimento? —pregunto Andrei, ronco.
—Tambien en aras del Experimento —dijo el Preceptor—. Pero, ante todo, en aras de ti mismo. No hay manera de evitarlo. Hay que pasar tambien por esto. Porque no necesitamos a cualquier tipo de personas. Necesitamos a personas de un tipo muy especial.
—?De cual?
—Eso no lo sabemos —dijo el Preceptor, lamentandolo—. Solo sabemos que gente es la que no necesitamos.
—?Gente como Katzman?
Con la mirada, el Preceptor respondio: si.
—?Y los que son como Rumer?
—Los que son como Rumer no son personas —contesto el Preceptor con una risa burlona—. Son herramientas vivientes, Andrei. Utilizar a los que son como Rumer en aras y por el bienestar de personas como Van, como el tio Yura... ?entiendes?
—Si. Estoy de acuerdo. Y no existe otro camino, ?verdad?
—Verdad. No hay atajos.
—?Y el Edificio Rojo?
—Tampoco podemos evitarlo. Sin el, cada cual podria, sin darse cuenta, convertirse en alguien como Rumer. ?Acaso no te has dado cuenta de que el Edificio Rojo es indispensable? ?Acaso ahora sigues siendo el mismo que eras por la manana?
—Katzman dijo que el Edificio Rojo era el delirio de la conciencia que se rebela.
—Katzman es inteligente. Espero que no discutas eso.
—Por supuesto —asintio Andrei—. Precisamente por eso es peligroso.
Y de nuevo, el Preceptor le respondio con los ojos: si.
—Dios mio —mascullo Andrei con angustia—. Si uno pudiera conocer con exactitud cual es el objetivo del Experimento... Todo esta revuelto, es tan facil confundirse. Geiger, Kensi, yo... A veces me parece que tenemos algo en comun, otras veces estoy en un callejon sin salida, en un absurdo... Geiger mismo, es un antiguo fascista, incluso ahora... Incluso ahora me resulta muy repulsivo, no como persona, sino como tipo de individuo, como... O Kensi. Es algo asi como un socialdemocrata, un pacifista tolstoyano... No, no entiendo.
—El Experimento es el Experimento —dijo el Preceptor—. Lo que se pide de ti no es comprension, sino algo bien diferente.
—??Que?!
—Si lo supiera...
—Pero ?todo eso se hace en nombre de la mayoria? —pregunto Andrei, casi con desesperacion.
—Por supuesto —afirmo el Preceptor—. En nombre de la mayoria ignorante, apaleada, oscura y totalmente inocente.
—A la que hay que entender —completo Andrei—, ilustrar, convertir en duena del planeta. Si, eso lo entiendo. En aras de eso es posible aceptar muchas cosas... —Callo, tratando de reunir unas ideas que se le escapaban—. Ademas, esta la Anticiudad —anadio, indeciso—. Y eso es peligroso, ?no es verdad?
—Muy peligroso —dijo el Preceptor.
—Entonces, incluso aunque no este totalmente seguro con respecto a Katzman, he actuado correctamente. No tenemos derecho a arriesgar nada.
—?Sin la menor duda! —respondio el Preceptor. Sonreia, estaba satisfecho de Andrei, y este se daba cuenta—. Solo el que no hace nada no se equivoca nunca. Lo peligroso no son los errores, lo peligroso es la pasividad, la falsa pureza, la devocion a los antiguos mandamientos. ?Adonde pueden llevarnos esos mandamientos? Solo al mundo de antes.
—?Si! —dijo Andrei, emocionado—. Eso lo entiendo muy bien. Es precisamente lo que debemos defender. ?Que es la persona? Una unidad social. Un cero a la izquierda. No se trata de individuos, sino del bienestar de la sociedad. En nombre del bienestar de la sociedad estamos obligados a cargar lo que sea sobre nuestra conciencia, formada en los antiguos mandamientos, a infringir cualquier ley, escrita o no. Solo tenemos una ley: el bienestar de la sociedad.
—Te haces adulto, Andrei —dijo, casi con solemnidad el Preceptor, levantandose—. Lentamente, pero te haces adulto. —Alzo una mano a guisa de saludo, atraveso sin ruido la habitacion y desaparecio tras la puerta.
Andrei permanecio un rato sentado alli, con la mente en blanco, reclinado en su silla, fumando y contemplando el humo azul que revoloteaba en torno a la bombilla desnuda junto al techo. Se dio cuenta de que estaba sonriendo. Ya no sentia el cansancio, la somnolencia que lo atormentaba desde el dia anterior habia desaparecido, tenia deseos de trabajar, de actuar, y le incomodaba pensar que, de todos modos, ahora debia marcharse a dormir unas horas para no andar despues atontado.
Con un gesto de impaciencia acerco el telefono, levanto el auricular y en ese mismo momento recordo que no habia manera de llamar al sotano. Entonces se levanto, cerro la caja fuerte, comprobo que los cajones de la mesa tuvieran el cerrojo echado y salio al pasillo.