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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗

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—?Cogiste la carpeta alli dentro? —pregunto Andrei, tendiendo la mano.

—No, no fue alli.

—?Y que hay en ella?

—Oye, ?que te importa eso? ?Por que me molestas?

Aun no se daba cuenta de que pasaba. Ni Andrei entendia del todo que estaba pasando, y pensaba febrilmente que hacer de ahi en adelante.

—?Sabes lo que hay en esta carpeta? —dijo Izya—. Estuve haciendo excavaciones en la antigua alcaldia, esta a unos quince kilometros de aqui. Me pase todo el dia trabajando alli, el sol se apago y todo quedo oscuro como en el culo de un negro. Alli hace unos veinte anos que no hay alumbrado publico... Estuve dando vueltas de un lado para otro, mucho rato, a duras penas logre llegar a la calle Mayor, no habia mas que ruinas y unas voces enloquecidas que gritaban...

—Vaya. ?Acaso no sabes que esta prohibido excavar en las antiguas ruinas? —La chispa desaparecio de los ojos de Izya. Miro con atencion a Andrei. Al parecer, comenzaba a entender—. ?Que quieres, difundir la infeccion por la ciudad? —prosiguio Andrei.

—No me gusta ese tono —repuso Izya, con una sonrisa torcida—. Es como si no estuvieras hablando conmigo.

—?Tu eres el que no me gusta! —estallo Andrei—. ?Por que me llenabas la cabeza de idioteces tales como que el Edificio Rojo es un mito? Tu sabias que no era un mito. Me mentiste. ?Con que fin?

—?Esto que es, un interrogatorio?

—?Tu crees?

—Pues creo que te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza. Creo que deberias lavarte la cara con agua fria y volver en ti.

—Dame la carpeta —dijo Andrei.

—?Vete a la mierda! —dijo Izya, levantandose. Se habia puesto muy palido.

—Vienes conmigo —ordeno Andrei poniendose a su vez en pie.

—No pienso hacerlo —respondio Izya de forma entrecortada—. Ensename la orden de arresto.

Entonces Andrei se llevo la mano lentamente a la funda y saco la pistola, sintiendo que un odio frio lo invadia.

—Camine delante —ordeno.

—Imbecil... —mascullo Izya—. Te has vuelto totalmente loco.

—?Silencio! —rugio Andrei—. ?Andando! —Clavo el canon del arma en el costado de Izya, y este, obediente, comenzo a cruzar la calle. Cojeaba mucho, seguramente tendria ampollas en los pies.

—Te moriras de la verguenza —dijo, por encima del hombro—. Cuando vuelvas en ti, te moriras de la verguenza.

—?Callese!

Se acercaron a la moto, el policia retiro la cubierta del sidecar y Andrei senalo hacia alli con el canon de la pistola.

—Monte.

Izya monto en el sidecar con bastante dificultad. El policia subio al asiento de un salto y Andrei se sento detras de el, despues de guardar la pistola en la funda. El motor rugio, petardeo un par de veces, la moto giro en redondo y tomo el camino de vuelta a toda velocidad, saltando en los baches. Regresaron a la fiscalia espantando a los locos que vagaban cansados y sin sentido por la calle humeda de rocio.

Andrei intentaba no mirar a Izya, que estaba encogido en el sidecar. El primer impulso habia pasado y se sentia algo violento, todo habia ocurrido con demasiada prisa, muy a la carrera, de improviso, como en el cuento del oso que llevaba una liebre en un cesto sin fondo. Bien, todo se aclararia...

En el vestibulo de la fiscalia, sin mirar a Izya, Andrei le ordeno a un agente que le tomara los datos al detenido y lo llevaran arriba despues. A continuacion fue a su despacho, subiendo los escalones de tres en tres.

Eran casi las cuatro de la madrugada, la hora de mas ajetreo. En los pasillos, de pie junto a la pared o sentados en los bancos pulidos por innumerables traseros, habia acusados y testigos, todos con el mismo aspecto desesperado y sonoliento, casi todos bostezaban, se sacudian y, aturdidos, abrian mucho los ojos.

—?Silencio! ?Prohibido hablar! —gritaban de vez en cuando los agentes de guardia desde sus mesitas.

Desde los despachos de los jueces de instruccion, a traves de las puertas acolchadas, se oia el golpeteo de las maquinas de escribir, voces que tartamudeaban y gemidos llorosos. Todo estaba sucio y oscuro, y el aire no circulaba. Andrei sintio debilidad y el repentino deseo de correr un momento a la cafeteria y tomar algo que lo estimulara, una taza de cafe bien cargado o al menos un chupito de vodka. Y entonces vio a Van.

Su amigo estaba agachado y apoyado la pared, en una pose de espera paciente e interminable. Llevaba su eterna chaqueta enguatada y tenia la cabeza metida entre los hombros, de tal manera que el cuello de la prenda hacia mas visibles sus orejas. Su rostro lampino estaba tranquilo. Parecia medio dormido.

—?Que haces aqui? —le pregunto Andrei, asombrado.

Van abrio los ojos, se levanto con agilidad y sonrio.

—Estoy detenido. Espero a que me llamen.

—?Como que detenido? ?Por que?

—Sabotaje —dijo Van muy bajito.

El gamberro corpulento que dormia a su lado, envuelto en un impermeable manchado, abrio tambien los ojos, mejor dicho solo uno, porque el otro estaba semicerrado bajo unos parpados violaceos.

—?De que sabotaje te acusan? —se asombro Andrei.

—Eludir el derecho al trabajo...

—Articulo ciento doce, parrafo seis —aclaro con diligencia el gorila del ojo hinchado—. Seis meses de terapia en las cienagas, nada mas.

—Callese —le ordeno Andrei.

El gamberro volvio hacia el su ojo negro soltando una risita burlona, que hizo recordar a Andrei que el tenia un chichon en la frente, y al momento se lo palpo.

—Puedo callarme —gruno el hombre, en tono pacifico—. ?Por que no callar cuando no hay que decir nada para que todo quede claro?

—?Prohibido conversar! —grito, amenazante, el agente de guardia—. ?Ese que esta recostado en la pared! ?Separate, mantente derecho!

—Espera —le dijo Andrei a Van—. ?Para donde te han citado? ?Para este despacho? —senalo hacia la puerta del numero veintidos, tratando de acordarse de quien era.

—Exactamente —dijo el tipo del ojo negro—. Nosotros, al veintidos. Ya llevamos hora y media apuntalando la pared.

—Aguarda —dijo Andrei y empujo la puerta.

Tras la mesa se encontraba Heinrich Rumer, investigador de la fiscalia y guardaespaldas personal de Friedrich Geiger, boxeador de peso medio y antiguo corredor de apuestas en Munich.

—?Puedo pasar? —pregunto Andrei, pero Rumer no le respondio.

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