Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис (бесплатные книги онлайн без регистрации TXT) 📗
—?Y esta usted segura, senora Husakova —volvio a intentarlo—, de que no recuerda el nombre de esa mujer?
—No lo recuerdo, jovencito, no recuerdo nada —respondio Matilda muy animada, sin interrumpir su trabajo con las agujas de tejer.
—?Y pudiera ser que sus amigas lo recuerden? —El movimiento de las agujas se ralentizo en cierta medida—. Usted debe haberles mencionado ese nombre, ?no es verdad? —prosiguio Andrei—. Es muy posible que la memoria de ellas sea mejor que la suya. —Matilda encogio un hombro y no respondio nada. Andrei se recosto en el respaldo de su sillon—. Mire a que situacion hemos llegado, senora Husakova. Ha olvidado el nombre de esa mujer, o bien no quiere decirlo. Y sus amigas lo recuerdan. Eso quiere decir que tendremos que retenerla cierto tiempo aqui para que no pueda avisar a sus amigas, y nos veremos obligados a retenerla hasta que usted misma o alguna de sus amigas recuerden el nombre de la persona que le conto semejante historia.
—Como quiera —dijo la senora Husakova, resignada.
—Pues asi son las cosas —pronuncio Andrei—. Pero mientras usted busca en su memoria, y nosotros nos dedicamos a hablar con sus amigas, la gente seguira desapareciendo, los bandidos se alegraran y se frotaran las manos de gusto, y todo eso va a estar motivado por sus extranos prejuicios contra las instituciones judiciales. —La anciana Matilda no respondio. Simplemente volvio a morderse los labios agrietados—. Entienda cuan absurdo resulta todo —continuaba explicando Andrei—. No se trata solamente de que tengamos que combatir dia y noche contra bribones, canallas y delincuentes, sino de que cuando viene una persona honrada, no quiere ayudarnos de ninguna manera. ?Que es eso? Una locura. Y, perdoneme, pero esa salida infantil suya no tiene sentido. Si usted no se acuerda, sus amigas si se acordaran, y de todos modos averiguaremos el nombre de esa mujer, llegaremos hasta Frantisek y el nos ayudara a acabar con esa guarida de fieras. Bueno, si antes no lo matan los bandidos por ser un testigo peligroso... Pero si lo matan, usted tambien sera culpable de ello, senora Husakova. No ira ajuicio, por supuesto, no sera legalmente culpable, pero si sera moralmente responsable.
Despues de concentrar en su pequena pieza oratoria toda la carga de sus convicciones. Andrei encendio un cigarrillo con cansancio y se puso a esperar, con los ojos clavados en la esfera del reloj. Se impuso una espera de tres minutos, y despues, si aquella excentrica anciana no hablaba, enviaria a la vieja arpia a una celda, aunque no tuviera derecho legal a hacerlo. Pero, a fin de cuentas, habia que investigar aquel caso a marchas forzadas. ?Cuanto tiempo podia perder con aquella maldita vieja? A veces, pasar la noche en una celda hace que la gente recapacite. Y si surgia algun inconveniente por excederse en sus atribuciones, en ultima instancia el Fiscal General estaba personalmente interesado en aquello y no lo traicionaria. En el peor de los casos, lo amonestarian.
«?Y yo, que, acaso trabajo para que me lo agradezcan? Que se mojen. Solo quisiera que este maldito caso avanzara algo, aunque fuera un poquito...»
Fumaba, abanicando el aire para dispersar el humo como gesto de cortesia. La aguja del secundario avanzaba animosa por la esfera, mientras la senora Husakova seguia callada, haciendo entrechocar sus agujas.
—Esas tenemos —dijo Andrei al concluir el cuarto minuto. Con un gesto decidido aplasto la colilla en el cenicero a punto de desbordarse—. Me veo en la obligacion de retenerla. Por obstaculizar el proceso de instruccion. Usted lo ha querido, senora Husakova, pero en mi opinion es un gesto infantil. Firme el acta, ahora la llevan a la celda.
Cuando se llevaron a la anciana Matilda (al despedirse, ella le habia deseado buenas noches al juez). Andrei se acordo de que no le habian traido el te caliente que habia pedido. Asomo la cabeza al pasillo, le recordo bruscamente sus obligaciones al agente de guardia y le ordeno que trajera al testigo Petrov.
El testigo Petrov era un hombre robusto, cuadrado, negro como un cuervo, con aspecto de bandido manoso de pura cepa: se acomodo en el taburete y, sin decir palabra, se dedico a mirar de reojo a Andrei, que sorbia el te.
—?Que hay, Petrov? —le dijo Andrei con aire bonachon—. Queria entrar apenas llego, hizo un poco de ruido, no me dejo trabajar, y ahora esta tan callado...
—?Y que sentido tiene hablar con ustedes, gorrones? —dijo Petrov, con aire malevolo—. Hace un rato, quiza, pero ahora ya es tarde.
—?Y que es eso tan urgente que ha ocurrido? —se informo Andrei, sin prestar atencion a aquello de «gorrones» y todo lo demas.
—?Pues lo que ocurrio es que mientras usted parloteaba aqui, segun su apestoso reglamento, yo vi el Edificio!
—?Que edificio? —pregunto Andrei, colocando la cucharita en el vaso con cuidado.
—?Que le pasa? —dijo Petrov, perdiendo momentaneamente los estribos—. ?Que, quiere burlarse de mi? Que edificio... ?El rojo! ?Ese mismo! Estaba alli, en la mismisima calle Mayor, la gente estaba entrando en el mientras usted bebia el te y se dedicaba a torturar a una vieja idiota.
—?Un momento, un momento! —dijo Andrei, sacando de una carpeta un plano de la ciudad—. ?Donde lo vio? ?Cuando?
—Pues ahora mismo, cuando me traian para aca. Le dije a ese imbecil: «?Detente!», pero no me hizo caso. Le dije al agente de guardia: llame a la policia para que envie una patrulla, pero no movio ni un dedo.
—?Donde vio el edificio? ?En que direccion?
—?Sabe donde esta la sinagoga?
—Si —dijo Andrei, buscando la sinagoga en el mapa.
—Pues entre la sinagoga y el cine ese, el que esta a punto de venirse abajo.
En el mapa, entre la sinagoga y la sala cinematografica “Nueva Ilusion”, aparecia una plaza con una fuente y un area de juegos infantiles. Andrei mordio el extremo del lapiz.
—?Y cuando lo vio?
—A las doce y veinte —respondio Petrov, sombrio—. Ahora es casi la una. ?Cree que lo va a esperar? En otras ocasiones he vuelto quince, veinte minutos despues, y ya no estaba, y ahora... —Hizo un ademan de desesperacion.
—Una moto con sidecar y un agente —ordeno Andrei por telefono—. Ahora mismo.
DOS
La moto volaba por la calle Mayor, saltando sobre el pavimento agujereado. Andrei, encorvado, escondia el rostro tras el parabrisas del sidecar, pero el viento lo atravesaba de todos modos. Tuvo que ponerse el capote.
De vez en cuando los locos, azules de frio, saltaban de las aceras y corrian al encuentro de la moto retorciendose y dando brincos, y gritaban algo que no se lograba oir por el estruendo del motor. El policia frenaba, soltaba entre dientes un par de tacos, eludia aquellas manos ansiosas y extendidas hacia el, atravesaba la cadena de capuchones peludos y aceleraba de nuevo, de tal manera que Andrei se sentia empujado hacia atras.